Se recuperó para ello el patio de acceso a la antigua Biblioteca Pública del Miradero, contiguo a la sede del museo y que se hallaba en absoluto estado de abandono, convirtiéndolo en un universo de arte y naturaleza de 2.000 metros cuadrados, donde a partir de ahora podrá visitarse la obra de grandes escultores nacionales e internacionales. Señaladas piezas de Jorge Oteiza, Miquel Navarro, Dagoberto Rodríguez, Kcho, Alberto Corazón, Arturo Berned y Francisco Sobrino, se exhiben con la perspectiva de fondo de un colosal mural fotográfico de José Manuel Ballester que, a modo de trampantojo, convierte un muro ciego en una enorme ventana abierta al horizonte de Castilla-La Mancha.
Zazpiak, escultura de Jorge Oteiza (1970-2001); izquierda, Cabeza XIX de Arturo Berned, 2019.
Un conjunto inicial de nueve piezas de los mencionados siete artistas que irán rotando y ampliando su espectro con el fin de que el proyecto sea un verdadero catalizador de la creatividad de escultores contemporáneos, como lo fue el jardín de San Marcos en Florencia durante el Renacimiento, propiedad de los Medici, o los barrocos de Versalles y Fontainebleau en el área de París, y como lo siguen siendo para la creación contemporánea otros ejemplos de grandes museos tal que el MoMA de Nueva York o el monumental parque de Storm King Art Center en el mismo estado.
La concepción y actual disposición de obras en este nuevo Jardín de Esculturas de CORPO responde a un planteamiento artístico que vincula la arquitectura y el cuerpo humano, estableciendo un paralelismo entre la anatomía de un edificio o una ciudad, con sus pasillos y calles, plazas, rotondas y demás espacios que vertebran su construcción, y el trazado de un cuerpo, su entramado de músculos, articulaciones, canales energéticos, órganos funcionales, conformando lo que podríamos llamar un paseo por la “Anatomía de la Arquitectura”, en palabras de su artífice y director artístico de la institución, Rafael Sierra.
Puente invertido, del artista cubano Dagoberto Rodríguez (2019), en acero corten y acero pintado.
Jorge Oteiza (Orio, 1908 – San Sebastián, 2003), uno de los máximos exponentes de la escultura española del siglo XX, estará presente en el jardín con su obra Zazpiak (fundición de chapa de bronce con diferentes pátinas) realizada en 2001, poco antes de su fallecimiento, si bien la obra fue un proyecto no materializado del año 1970. Oteiza, el más destacado representante de la Escuela Vasca de Escultura, logró establecer un puente entre las vanguardias históricas y la generación de posguerra. Adscrito a su personal manera a movimientos como el Constructivismo, la Abstracción o el Land Art o arte en el paisaje, recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en el año 1988.
El paisaje en toda su dimensión nos lo trae el pintor y fotógrafo José Manuel Ballester que ha instalado un monumental mural de 17 metros de largo y más de 3 de alto, que convierte uno de los muros perimetrales de este antiguo patio en una ventana al horizonte. Puente en Las Tablas de Daimiel (2013-2022), impresión fotográfica sobre Dibond lacado, antes titulada Lluvia ácida. En palabras del artista (Madrid, 1960; Premio Nacional de Grabado en 1999 y el Nacional de Fotografía en 2010), “Las Tablas de Daimiel, en Ciudad Real, es un lugar natural que tiene mucho de sagrado, es fuente de vida y es también un territorio para la observación de aves. Traerlo aquí, introducirlo en el contexto urbano de Toledo y en un museo, es una manera de decirle al hombre: contempla la naturaleza a la distancia adecuada, como ha de hacerse con el arte, con mucho respeto”. El jurado que otorgó a Ballester el Nacional de Fotografía destacó precisamente de él “su singular interpretación del espacio arquitectónico y la luz, y su continua aportación a la renovación de las técnicas fotográficas”.
Arriba, Columna infinita, de Kcho (2015). Abajo, Juan de Hierro, de Alberto Corazón, 2000.
Otro bello puente, pero éste del revés, es la obra que expone el cubano Dagoberto Rodríguez (Las Villas, 1969 ), uno de los más internacionales artistas centroamericanos. Puente invertido, 2019, acero corten y acero pintado. “Es en su reflejo donde la realidad mejor se contempla” – explica el artista, observador pertinaz de la vida y sus sombras. La obra es el espejo de la crisis existencial que vivió con la ruptura de Los Carpinteros, el colectivo de artistas que durante 20 años unieron sus almas en el proyecto de mayor repercusión del arte contemporáneo cubano. “El puente continúa uniendo las dos orillas, pero ya nada es como era –cuenta–; el objeto en sí se conserva, pero virado, torcido, del revés. Y es también el mito de Narciso y el río que llora en el cuento de Oscar Wilde porque ya no puede verse en sus ojos reflejado: el reflejo como protagonista y esa huella que deja en la memoria”.
Más próxima a la anatomía humana, pero sin olvidar la dimensión y función antropomórfica de la arquitectura, es la obra que expone el valenciano Miquel Navarro (Mislata -1945 ; académico de la Real de Bellas Artes y Premio Nacional de Artes Plásticas 1986). Cabeza trípode (2005, acero corten, 0.94 x 3 x 2 metros), una figurada cabeza sobre tres pies. “Si bien la arquitectura y la anatomía humana corren paralelas, la escultura y las artes plásticas, frente al urbanismo o lo puramente arquitectónico, no han de ocuparse de algo esencial para estos últimos que es la funcionalidad –declara el artista–. En la arquitectura, el elemento escultórico es una cáscara, nada más. El día que alguien consiga construir un edificio sin escaleras, sin duda podrá considerarse más artista que arquitecto”. Miquel Navarro ha sido internacionalmente reconocido por sus ciudades, suerte de maquetas en madera, cristal y metales que el artista convierte en auténticos poemas visuales, y que están en museos de medio mundo, del Guggenheim de Nueva York al Mie Prefectural Art Museum de Japón.
Puente en las Tablas de Daimiel, fotografía mural de Juan Manuel Ballester (2013-2022, 3.3x17m).
Kcho, nombre artístico de Alexis Leiva Machado (Isla de la Juventud, Cuba, 1970), pintor, escultor, performancer, curador, político y activista, inició su carrera profesional en 1990, atrayendo desde un primero momento la atención internacional, lo que cinco años después le convertiría en el artista más joven de Hispanoamérica en integrar con su obra la colección permanente del MoMA de Nueva York. La pieza que se expone en Toledo lleva por título Columna infinita (2015), está realizada en acero corten y alcanza casi cuatro metros de altura: se trata de un banco que soporta a un barco que a su vez va a soportar a otro, reproduciendo una secuencia que pudiera no tener fin y que evoca la historia de Cuba siempre ligada al mar, desde los aborígenes al colonialismo, el esclavismo, las guerras contra el vecino americano, los balseros y hoy, las migraciones que continúan y el conflicto de los refugiados que también parece no tener fin.
El artista Alberto Corazón (Madrid, 1942–2021), que además de ser el pionero del diseño gráfico en España cultivó profusamente la pintura y la escultura (académico de la Real de San Fernando, recibió el primer Premio Nacional de Diseño Gráfico, en 1989), está presente con dos piezas que devuelven a Toledo una pequeña parte de tanto como el artista vivió y aprehendió en su ciudad de acogida: Mesa del cambista (2001, acero corten y bronce) que es una interpretación de los juegos de naipes que tienen lugar a la puerta de la ermita del Valle el día de su festejo y que Corazón observaba con denuedo “porque no entendía que alguien se dejara robar el tiempo por un juego de azar, le maravillaba” –cuenta su alma gemela y compañera, Ana Arambarri–, y Juan de hierro (2000, acero corten, casi tres metros de altura) maqueta del autómata de madera construido por el relojero imperial Juanelo Turriano, para que subiera y bajara la calle pidiendo limosna, y que a manos de Corazón terminó incorporando un reloj solar y un medidor de astros, otras de sus obsesiones vinculadas al factor tiempo.
Arturo Berned (Madrid, 1966) expone dos de sus míticas cabezas: Cabeza XIX (2019, plancha de acero corten de 5 mm) y Cabeza XX (2021, plancha de acero corten de 4 mm), ambas del tamaño humano, a proporción: “El sistema métrico que utilizamos es antropomórfico, y es el que determina el tamaño de un vaso, de una vivienda, y también, el de una escultura”. Cabezas seccionadas de sus cuerpos porque entiende el escultor que “es lo que nos hace diferentes, dentro y fuera”. Berned concibe sus singulares piezas a partir de leyes matemáticas y trazados geométricos cargados de simbolismo. Es licenciado en Arquitectura por la Universidad Politécnica de Madrid, actividad que compatibiliza durante años con la escultura, hasta que en el 2000 opta de forma definitiva por su trabajo artístico.
Por último, de Francisco Sobrino (Guadalajara, 1932 – Bernay (Francia), 2014), se pueden contemplar dos obras muy representativas de su trayectoria, adscrita a la corriente del arte óptico y cinético. En el claustro del museo, destaca su Laberinto en blanco y negro, de 2019, un conjunto de once cubos de madera pintados en ambos colores que trazan un sugerente y lúdico camino. Ya en el jardín, sorprende una poderosa escultura (Sin título, 1990), en acero inoxidable pulido que produce una sensación de dinamismo y entabla un diálogo con el entorno, con los reflejos de la luz a las diferentes horas del día.
“Parecen piezas distintas, pero obedecen a los mismos principios, ilustran la voluntad de Sobrino de crear obras a partir de una gama reducida de colores y formas”, señala Celia Sobrino, hija del artista. Las repeticiones, las combinaciones y vibraciones ópticas, la búsqueda de equilibrios entre tensiones, son algunas de las señas de identidad de quien fuera uno de los fundadores, en el París de 1960, de GRAV, Groupe de Recherche d’Art Visuel (Grupo de Investigación del Arte Visual), con Julio Le Parc, François Morellet, Jöel Stein, Yvaral (Jean-Pierre Vasarely), y Horacio García Rossi.
Los tres hijos de Francisco Sobrino (de izquierda a derecha: Delia, Celia y Daniel) ante la pieza Sin título (1990), de acero, de tres metros de altura.
Entrevistas y perfiles
«Zazpiak» o la escultura metafísica
Retrato de Jorge Oteiza (Orio, 1908 – San Sebastián, 2003), datado a finales de los 90.
Siempre complejo, en sus formas y en sus teorías, hasta el punto de crear en torno a sí mismo y a su obra un halo de misterio y polémica a partes iguales, Jorge Oteiza (Orio, 1908 – San Sebastián, 2003) fue uno de los más importantes e influyentes artistas españoles del siglo XX.
Practicó muy diferentes disciplinas, de la pintura a la poesía, la arquitectura, el cine o la estética pura, siempre desde una óptica antropológica y política. Pero por encima de todo, Oteiza fue escultor. Una de sus más controvertidas actitudes fue anunciar en 1959 que abandonaba la escultura, precisamente cuando su carrera alcanzaba lo más alto, tras alzarse con el Primer Premio de Escultura en la Bienal de Sao Paulo (1957). El artista quería construir su personalidad escultórica, negaba que fuera un escultor puro, y para conseguirlo se adentraba en una espiral de renuncia a sí mismo, una crisis permanente y subjetiva, donde lo importante no era la obra premiada, sino la personalidad del artista como factor decisivo en la sociedad. “Si el artista contemporáneo no concluye dentro del arte, el hombre con una nueva sensibilidad existencial no nace, el hombre políticamente nuevo no empieza”, declaraba entonces.
Previamente había sucedido la gran prohibición: encargado de la estatuaria de la nueva Basílica de Arantzazu, en la que va a volcarse desde 1952, cargado de una nueva espiritualidad basada en la estética que ya impregnara a las vanguardias europeas, mezclada aquí con un sentimiento religioso popular, las obras son prohibidas por la iglesia en 1954 (finalmente se pudieron concluir en 1969).
Tas su negación de la escultura y desde su obsesión formal por el vacío, llega Oteiza al silencio existencial. Vienen unos años en los que su principal ocupación será el pensamiento y la escritura. De 1963 es su libro Quousque Tandem!, donde reúne sus preocupaciones teóricas y que llegó a convertirse en una referencia fundamental del pensamiento cultural y político del País Vasco. Luego vendrían sus Ejercicios Espirituales en un Túnel, obra que fue prohibida por la censura franquista, se convirtió en un ideario clandestino y no vio la luz pública hasta adentrados los 80. Se involucra también el artista en el cine y, sobre todo, en la teorización de la estética.
El final de este proceso de silenciamiento de su propia escultura le conduce a la experimentación: son las esculturas mínimas y vacías realizadas en 1958-59, consideradas por la crítica como el más directo precedente del Minimalismo. Jorge Oteiza, de formación autodidacta, había iniciado su andadura artística en la senda abstracta del expresionismo y el primitivismo iniciados por Gaugin, Picasso o Derain. Desde la escultura monolítica, y tras una larga estancia en Sudamérica, llega a un proceso de desmaterialización, la “trans-estatua”, y desde ahí se adentra en las ideas de fisión y fusión nuclear: perforación de esculturas que han de liberar su propia energía a través de la fusión de unidades ligeras.
Final y felizmente, entre 1972 y 1974 Oteiza decidió completar algunas de las series que habían quedado inconclusas al abandonar la escultura, y desarrolla su Laboratorio de Tizas. Zazpiak (fundición de chapa de bronce con diferentes pátinas, 77 x 115 x 100 cm), la pieza del artista vasco que a partir de ahora puede contemplarse en el Jardín de Esculturas de CORPO, es uno de estos ejemplos. Fue creada por el escultor en 1970, pero no será fundida, bajo su supervisión personal, hasta el año 2001. Vaciada de materia, inundada de metafísica, la obra hace alusión en sus formas y en su propio título a los siete territorios vascos que para los nacionalistas configuran Esukal Herria y cuyos escudos se reproducen en la bandera bajo un centenario lema: Zazpiak bat (Las siete, una). La pieza se mantuvo inédita hasta 2003, año en que fue expuesta en la muestra Oteiza, el obrero metafísico, organizada por Caixa Girona e inaugurada apenas un mes después de su fallecimiento.
En 1988, la Fundación Caixa había organizado la primera exposición antológica del artista, Propósito Experimental, en Madrid, Bilbao y Barcelona, que para el gran público supuso el descubrimiento de su obra. A continuación fue invitado al Pabellón Español de la Bienal de Venecia, lo que significó algo así como su reaparición internacional y su reconocimiento oficial: esos años recibió premios importantes como la Medalla de la Bellas Artes o el Príncipe de Asturias de la Artes en 1988. En 1996 Oteiza y el Gobierno de Navarra ratifican el acuerdo sobre el destino de su obra dentro de la Fundación Museo Oteiza. El 9 de Abril de 2003, Oteiza fallece en San Sebastián. Sus exposiciones póstumas culminan en 2005 con la retrospectiva organizada por el Museo Guggenheim, que se mostrará en su sede de Bilbao, en el Museo Reina Sofía de Madrid y, a continuación, en la sede del Guggenheim de Nueva York.
«El ser humano se provoca a sí mismo muchas enfermedades, y para mí el arte es el antídoto»
Miquel Navarro (Valencia, 1945) con el fondo de otra de sus obras expuestas en CORPO.
La ciudad y el cuerpo, así tituló Miquel Navarro una de sus tantas exposiciones, año 2012; medio siglo exponiendo sus “ciudades” por los confines del planeta, del Guggenheim de Nueva York al Pompidou de París, de Venezuela a Japón y de allí, pongamos, a Toledo-Duisburg-A Coruña. Premio Nacional de Artes Plásticas en 1986 y académico de la Real de San Fernando desde 2008, donde pronunció un discurso sobre la infancia como espacio germinal del arte; consagrado el parlamento a los tres mayores referentes de su pintura, su escultura, su fotografía, cual fuere su expresión artística: De Chirico, Joseph Beuys y Julio González. Una mixtura que sigue practicando, en su arte y en su vida este niño que aún es Miquel Navarro (Mislata, Valencia, 1945). “Ciudades” que son como poesías visuales, que suscitan además el deseo de ser acariciadas, aprehendidas por el tacto; y guerreros, cabezas, falos, barcos.
De cabeza se ha levantado esta mañana, y ha debido de olvidar nuestra cita, y cuando lo localizo está en la consulta del veterinario: “Este perrito es muy malo, no para de modernos, a sus dos abuelos (Navarro y su pareja). Es muy malo”. Le sugiero que me lo dé en adopción, a Tino, un Jack Rusell, diminuto pero de fuerte personalidad, y enseguida cambia el calificativo y dice de él que “es monísimo”, ah.
El azar del tiempo
Retrato de Alberto Corazón por Pablo Almansa.
La curiosidad era su motor, y no llegaba nunca para él la hora de dormirse: ¿caería rendido? Y la observación, un placer casi obsesivo. Cuenta Ana Arambarri, alma y presencia inseparable del artista, que de esa contemplación activa y sus preguntas insaciables surgían las más enigmáticas obras de Alberto Corazón. “Era un fabuloso contador de historias que jamás contaba lo que había visto”. Lo pintaba, lo esculpía, dibujaba, diagramaba, escribía, y le daba nombre, y gracias a esto uno puede ahora no solo admirar su obra, sino tirar del hilo y encontrar la bobina de asuntos preciosos que el artista cargaba en su cámara oscura.
Madrid, 21 de enero de 1942–10 de febrero de 2021; académico de la Real de San Fernando, artista que recibió el primer Premio Nacional de Diseño Gráfico, en 1989, Alberto Corazón eligió Toledo para alejarse del ruido y, supongamos, más claro relacionar las ideas y emociones que se agolpaban en su indócil cabeza. A Toledo devuelve ahora Corazón una pequeñita parte de lo que aquí aprehendió: se expone en el Jardín de Esculturas de la Colección Roberto Polo. Centro de Arte Moderno y Contemporáneo de Castilla-La Mancha (CORPO), Mesa del cambista (2001, acero corten y bronce) y Juan de hierro (2000, acero corten). Arambarri, su otra alma o “mi compañera de todos los viajes”, como a Corazón le gustaba decir, nos lo retrata.
-¿Qué singular manera es ésta de retratar al personaje a través de su mesa de trabajo?
-Es una constante, sí, con dos vertientes. Una es la mesa de artista que pinta, donde la personalidad fluye a través de las cosas que tiene encima de su mesa, haciendo arte de lo cotidiano, de inspiración casi literaria. Y otra, el caso de esta Mesa del cambista, cuando las llevaba a la escultura, lo que le permitía dar volumen a otra de sus obsesiones: jugar con las unidades de medida y el trueque de fichas. Alberto no jugaba, solo una cosa avariciaba, que era el tiempo; y no entendía cómo uno se podía dejar robar el tiempo por unos naipes. Y odiaba la representación del dinero, y sin embargo sobre estas mesas esculpidas hay siempre dos elementos: uno envuelto por un paño y otro de forma geométrica, que representa el medidor, la fanega que desde la antigüedad ha medido el valor de lo que da la tierra.
Pero no era ese valor el que llamaba la atención del artista, no era contable lo que le atraía, y tal vez de ahí su representación envuelta –le preguntaremos a Arambarri–, sino una posibilidad de cambio, de azar, de juego. Lo que él quería era medir el tiempo y las mareas. “Lo que le atraía era la fuerza de la naturaleza, lo que excede al control del hombre”.
“Nuestra casa en Toledo estaba muy próxima a la ermita del Valle, y una de las tradiciones por su festividad, además de la romería, era ir a tocar la campana de la iglesia y jugar a la quínola. Alberto se pasaba horas mirándolos, tratando de comprender el juego de los naipes, a la puerta de la iglesia, mientras los romeros merendaban su bocadillo. Y sí, el paño, que en esta escultura es de plomo, apenas envuelve una piedra. Y las figuras geométricas, huecas en su interior como el almud de los árabes, solían llevar bronce fundido. Alberto era un alquimista de los materiales, de eso sí hablaba y escribía expresamente, la oxidación había de ser la precisa. Y Mesa del cambista es también un homenaje al intercambio intelectual, al peso de la experiencia y el trueque de almas. Como en las estelas egipcias, donde todo es transacción espiritual, ¿cuánto vale lo que he hecho en la vida?”
-¿Y Juan?, ¿quién es este Juan de Hierro alzado casi tres metros del suelo, atravesando la luz su efigie en un laberinto de signos?
-Cuando llegamos a Toledo (años 90) a Alberto se le sumaron los dos juanes, el De Arfe, afamado orfebre, que en su tratado De Varia Commensuracion para la Sculptura y Architectura dedica un capítulo al estudio de los relojes solares. Y Juanelo Turriano, ingeniero relojero, especialista en relojes astronómicos. Considerado un genio en su Cremona natal, la corte de Carlos V lo trajo a Toledo, donde construye un sistema hidráulico para subir agua del Tajo al Alcázar, y también, un autómata de madera que subía y bajaba la calle pidiendo limosna para el convento, calle del Hombre de Palo. Alberto hizo una maqueta del mecano, que terminó siendo esta escultura en la que funde su homenaje a los dos juanes: es un reloj solar, un medidor de astros, es el autómata y muchas otras de sus obsesiones.
-¿Y la luz, a qué juega?
-Es un juego buscado, sí, pero desde un punto de vista intelectual, más físico que místico: así era Alberto.
Arte encontrado o la emoción de una vida anterior
Kcho, Alexis Leyva Machado, Nueva Gerona, capital de la isla de la Juventud, 1970.
«Es en su reflejo donde la realidad mejor se contempla»
Dagoberto Rodríguez (Las Villas, Cuba, 1969), fotografiado ante una de sus obras-puzzle.
Y es así como Dagoberto Rodríguez (Las Villas, Cuba, 1969), observador pertinaz de la vida y sus sombras, crea piezas mayúsculas en las que leer el mundo. Presenta en el Jardín de Esculturas de CORPO Puente invertido (2019, acero corten y acero pintado), una pieza que es el espejo de la crisis existencial que vivió con la ruptura de Los Carpinteros, el colectivo de artistas que durante 20 años unieron sus almas en el proyecto de mayor repercusión del arte contemporáneo cubano. “El puente continúa uniendo las dos orillas, pero ya nada es como era; el objeto en sí se conserva, pero virado, torcido, del revés” –porque así se le puso a Dago la vida, del revés, cuando el colectivo se separó hace ahora cuatro años y todo su trabajo quedó suspendido, dejando en el aire los sueños que perduraban de la juventud. “Y es también el mito de Narciso y el río que llora en el cuento de Oscar Wilde porque ya no puede verse en sus ojos reflejado –dice–; el reflejo como protagonista y esa huella que deja en la memoria”.
«Hay que devolver la mirada al paisaje y recuperar el respeto hacia él»
Autorretrato del artista, 2022.
Mire bien este paisaje porque es el principio de una muy larga historia (año 2013, Puente en Las Tablas de Daimiel, Ciudad Real). Marca para el artista algo así como una edad en la evolución del hombre; lo es en su conciencia y, considera, debiera serlo en la conciencia colectiva. Irreversible, laberinto, circuito, recorrido. Palabras que se repiten en su conversación y se observan y resuenan en esta obra, y por el mismo sendero, sorteando el laberinto de puentes y caminos, llega José Manuel Ballester a dios, y a su última serie o Amazonía, “Las Tablas de Daimiel-la Amazonía, lugares sagrados donde se produce la vida”.
Así empieza: “El hombre, demasiado orgulloso, se equipara a sí mismo con los dioses que controlan y desafían la naturaleza. Pero eso nos compromete a ser responsables. Ahora el cataclismo sí depende del ser humano y de cómo nos comprometemos: el siglo XXI ha de ser el de la intervención del hombre pero esta vez a favor de la naturaleza. Y el arte debe contribuir a ello”. Esta obra y las múltiples secuencias que creó en torno a ella, marcan el principio de todas las series que han ocupado el trabajo de Ballester desde aquella fecha hasta hoy, en torno al hombre siempre.
Puente en las Tablas de Daimiel, impresión fotográfica sobre Dibond lacado, 3.20 x 17 m.
Título original de la fotografía: Lluvia ácida (2013–2022, impresión fotográfica sobre Dibond lacado, 3.20 por 17 metros). “Un trampantojo que nos devuelve la imagen opuesta a la realidad, convirtiendo un muro ciego, que nos impide ver, en una ventana al paisaje y su horizonte. Las Tablas de Daimiel es un lugar natural que tiene mucho de sagrado, es fuente de vida, y es también un lugar para la observación de aves. Traerlo aquí, introducirlo en el contexto urbano de Toledo y en un museo, es también una manera de decirle al hombre: contempla la naturaleza a la distancia adecuada, como ha de hacerse con el arte”.
Un puente sobre un laberinto de puentes, y una demarcación. “El parque sufre un peligro irreversible. Por entonces se estaban produciendo los incendios subterráneos causados por la turba, y la sequía pertinaz, fruto del calentamiento y la sobreproducción agrícola. La intervención sobre el cielo, su difuminación en líneas rasgadas, me permitió una referencia a la amenaza de la presencia humana, capaz de agredir la naturaleza con acciones desaforadas”.
Recorrido, puentes cruzando puentes: “La Naturaleza ha de tener sus recorridos. Creo que ya se ha demostrado que la delimitación no funciona. No se trata de acotar islas protegidas, sino de expandir el espacio y hacer corredores que generen un flujo entre ellos; circuitos que garanticen el bienestar de las especies y su pervivencia”. Cómo podrán seguir migrando estas aves, se preguntaba el artista (Madrid, 1960; pintor de trazo hiperrealista, fotógrafo en constante renovación, artista multidisciplinar, Premio Nacional de Grabado en 1999 y Nacional de Fotografía en 2010; su obra está en museos de todo el mundo, del MNCARS a la Central Academy of Fine Arts de Pekín).
Fue el germen de sus posteriores series, Un día en el zoo, zoológicos del mundo, hábitats recreados para los animales pero sin animales, extinción. Los museos vacíos (Museos en blanco) y las grandes obras maestras de las historia del arte, también vaciadas (Espacios ocultos); entremedias, Bosques de luz, entornos arquitectónicos como paisajes, despoblados, Paisaje deshabitado, y otras; porque Ballester apenas se detiene para dormir en su estudio o su vida.
-¿Y aquí?, ¿hay alguien aquí?
-Sí hay alguien, pero está al otro lado: es el que mira, en la línea del romanticismo. El individuo pasa a ser el contemplador, el personaje que da un salto y ve la escena desde fuera, representando la contemplación y admiración de la naturaleza. Pero mucho antes, desde las culturas clásicas, a lo largo de toda la historia del arte, el paisaje ha sido uno de los géneros más importantes: es el escenario de lo que sucede en la vida. El Renacimiento es también un homenaje y rendición ante la naturaleza, miremos el fondo de la Anunciación de Fra Angelico, los paisajes de Leonardo.
Pero el siglo XX lo será del desarrollo urbano, “descomunal”. Ocurre lo que ya sabemos y llega el hoy, y el artista confía en que seamos capaces de “devolver la mirada al paisaje y recuperar el respeto hacia él. Es el fin de mi trabajo, comprometerme como artista en la reflexión, tan necesaria”. Crea así su última serie o la Amazonía, “500 piezas pintadas que son un recorrido por las tribus amazónicas milenarias en armonía con la naturaleza. Una senda culturalmente paralela a la abstracción geométrica del siglo XX”. Cuenta que algunas de ellas no están hechas para el mercado sino que responden a una necesidad, la de acercarse al instinto artístico vital de su cultura, “que no es individual sino social. El arte siempre ha cumplido esa función casi mágica de invocar, convocar lo necesario, pero el mercado lo ha distorsionado, lo ha condicionado al éxito de mercado y otros aspectos que lo intoxican. Hemos olvidado mucho que estas culturas nos pueden recordar”.
Y así llega Ballester al final de este recorrido, al ahora, “Las Tablas de Daimiel-la Amazonía (2013–2022): un recorrido de lo más cercano a lo más lejano, para recordar que hemos de ser responsables, porque ¿hacia dónde vamos si no? ¿A dónde nos lleva o a dónde nos ha traído?, la evolución. Y recordar que el arte debe contribuir a ello, aportando reflexión”.
«La escultura es el elemento de tránsito entre la arquitectura y la ciudad»
Arturo Berned (Madrid, 1966), fotografiado por Héctor Gómez Rioja.
Cabeza XX (2019-2021), plancha de acero corten de 4 y 5 mm
-¿Siempre en busca de la belleza?
-Lo que todo artista busca es conmover el alma de los otros, ya sea con placer y disfrute, o con fealdad e incluso repulsión, como el actual feísmo. Yo busco conmover a través de la belleza, y me siento hábil utilizando la geométrica, la línea recta y todo este lenguaje que antes he utilizado en ciudades y edificios. La belleza, en el fondo, no es tan subjetiva como pensamos. Los objetos creados por Dios y el hombre a lo largo de la Historia guardan proporciones matemáticas, desde el código genético hasta las catedrales góticas. No es una invención del hombre, sino un descubrimiento temprano; observemos si no las relaciones matemáticas que se cumplen en el cuerpo humano.
Tal fue la intención primera a la hora de proyectar este Jardín de Esculturas que se ha ganado para el disfrute de la ciudad de Toledo: la relación entre arquitectura y cuerpo humano, estableciendo un paralelismo entre la anatomía de un edificio o una ciudad, con sus pasillos y calles, plazas, rotondas y demás espacios que vertebran su construcción, y el trazado de un cuerpo, su entramado de músculos, articulaciones, canales energéticos, órganos funcionales: Anatomía de la Arquitectura, llevaba por título el proyecto.
También categoría de título tiene la sentencia que aquí nos regala Arturo Berned: “Una obra de arte es el primer párrafo de una novela”, la novela de su vida. Trabajaba como arquitecto y un día de 1994 decidió viajar a México para conocer bien sus dimensiones, sus paisajes y sus gentes. Y allí encontró lo que aún no sabía: que él en realidad era escultor. Se lo estaba contando la propia experiencia, los saltos y sustos que da la vida, que comúnmente llamamos casualidad y no son sino causas a tiempo sobrevenidas. Alumbrado por la proporción y la escala del país americano, creó su primera escultura y un coleccionista se enamoró de ella y la adquirió.
“La escultura surge como una necesidad interna, aparece; y simplemente no la reprimí aunque sí la mantuve a cierta distancia durante tiempo –cuenta–. Ya en la escuela hacía estas cosas, dibujaba estos volúmenes, buscaba estas formas a través del dibujo. Y luego empecé a querer plasmarlos en materia, y el cambio de escala fue el siguiente paso. Y lo que ocurre en México, en el 94, es que hago una pieza a partir de uno de mis dibujos, utilizando planchas de hierro, y la compra un coleccionista judío. Y ya nunca lo dejé, aunque durante un tiempo seguí trabajando como arquitecto”.
Había perdido el miedo a tener miedo: “El miedo es una máxima en cualquier proceso creativo, entre otras cosas porque tienes que emprender un camino que no sabes a dónde te lleva. Esto lo comentaba frecuentemente con Chillida: la búsqueda del arte es una búsqueda de la oscuridad, lo desconocido, y esto por sí produce temor y miedo. En México perdí el miedo a tener miedo”.
El continente norteamericano continúa siendo su destino, allí continúa inspirándose, creando y exponiendo, entre Estados Unidos y México, los lugares donde su obra es más reclamada. Cuestión de espacio, tal vez.
La última vez que había visto a Berned, en su estudio de Madrid, preparaba una exposición bajo un epígrafe del poeta austríaco Rainer Maria Rilke, “Detrás de la última palabra, está lo que no se puede decir”.
-¿Qué hay detrás de sus esculturas que no pueda decirse?
-Hay frustración, como detrás de cada obra de arte, porque es siempre un camino que inicias hacia la oscuridad, lo desconocido, y nunca sabes por qué y cuándo has de darlo por terminado. Sin duda aparecen otros sentimientos positivos en el proceso, pero esos son los que sí pueden decirse: euforia, vértigo, ilusión, libertad, éxito, alegría. El arte no es una elección, es una necesidad para quien se dedica a ello: es una pasión que impide que te vuelvas loco.
Alquimia, búsqueda permanente.
Nacido en Guadalajara en 1932, y fallecido en la población francesa de Bernay en 2014, Francisco Sobrino pronto entró en contacto con las corrientes más innovadoras del arte. La geometría le atrajo desde un primer momento y en sus composiciones tempranas, gouaches y acuarelas sobre papel y cartón, ya destaca la búsqueda de la sencillez y del impacto óptico en los espectadores a través de ritmos aleatorios y sucesiones progresivas. Buenos Aires fue la ciudad de su formación. Allí se trasladó con su familia en 1949; obtuvo su diplomatura en la Escuela de Bellas Artes y entró en contacto con artistas afines. En 1959 se trasladó a París y un año más tarde se convirtió en uno de los fundadores del renovador Groupe de Recherche d’Art Visuel, GRAV (Grupo de Investigación del Arte Visual), junto a Le Parc, François Morellet, Jöel Stein, Yvaral (Jean-Pierre Vasarely), y Horacio García Rossi.
La apertura de miras, la curiosidad y la investigación constante, definen una obra que avanzó por la senda del cinetismo, atenta a la luz, al movimiento y la percepción; exploradora de tramas cromáticas, laberintos en rotación, estructuras tridimensionales, desplazamientos inestables, experiencias lumínicas, movimientos virtuales, sistemas fotovoltaicos…. “Sobrino trabajaba frecuentemente sobre conceptos que iba retomando. Estaba en búsqueda permanente, siempre con la preocupación de ser lo más asequible y sencillo posible”, explica Celia, hija del artista, quien gestiona su legado junto a sus hermanos Delia y Daniel.
Al preguntarle sobre las dos piezas que se pueden contemplar, en el claustro y en el Jardín de Esculturas de CORPO, su respuesta es la siguiente: “El Laberinto es una escultura monocroma. La línea negra continua juega con la rotación de los cubos y sigue el eco de otras obras de 1990, como el relieve articulado de 20 metros de largo, en el río Orinoco (Venezuela), o la Rotación. Relación blanco-negro, de 1991, una escultura de metacrilato de 3,5 metros de altura que se encuentra en la estación de Chamartín en Madrid. En cuanto a la otra pieza, la obra Sin título de acero, de 3 metros de altura, es una escultura que propone un movimiento a partir del corte de 2 tubos en 4 partes. Se trata de una prolongación de sus trabajos sobre la interacción de módulos simples. Esta serie de columnas han sido declinadas en diversos tamaños y materiales (metacrilato, bronce…)”
Celia Sobrino pone la voz, pero muchos de sus recuerdos sobre el trabajo del artista son compartidos por sus dos hermanos. Durante mucho tiempo vieron trabajar a su padre en sus columnas en torsión, en sus cubos, en sus motivos más característicos. “En su caso, el hombre y el artista son inseparables. En París, nuestra casa era su taller y viceversa. Vivíamos donde trabajaba, rodeados por sus obras. Fue siempre así. El trabajaba a cualquier hora del día o de la noche. El hecho de estar todo el tiempo rodeado por sus creaciones; de no separar el taller de sus ocupaciones familiares y cotidianas, respondía a la búsqueda permanente que lo caracterizaba, a su mente siempre despierta y abierta”.
El pintor francés Jean Hélion, se refirió a Sobrino como “un artista silencioso, poco amigo de emitir juicios sobre la propia obra”, una obra que calificó como “misteriosa”. Los hijos del creador destacan la exigencia respecto a su trabajo, la intransigencia en cuanto a sus ideas, la coherencia que marcó toda su carrera. “Nunca buscó los honores y eso, seguramente, le ocasionó algunos inconvenientes. Su motivación siempre fue avanzar, ser creativo, no alcanzar la gloria. Una vez que sentía que una idea estaba lograda, ya no se preocupaba por el aspecto material y pasaba a otra cosa”, apunta Celia.
“Los artistas somos los alquimistas del siglo XX”, señaló en su momento Francisco Sobrino. Arte y ciencia. Belleza y cálculo. Magia y geometría, se detectan en su trabajo. “Nuestro padre se representaba más como un alquimista que como un artista en el sentido hermético de creador. De hecho siempre rechazó el estatuto de artista/creador. Cuando pensamos en él lo vemos esbozando croquis con fórmulas matemáticas –en las mesas, en los manteles de papel–, trazando cifras con un lápiz más que con pinceles. Sin embargo, el recuerdo más fuerte que conservamos es el olor del metacrilato cortado, el canto de sus herramientas, las cintas de adhesivo”…
– ¿Qué es lo que más admiráis de su obra?
– Seguramente la coherencia, la inteligencia y la sencillez de conceptos que le permitieron realizar obras aparentemente complejas pero básicamente muy sencillas. La idea de la declinación de principios/conceptos que llega a piezas tan distintas entre sda vez nos asombra más constatarlo.
– ¿Qué supone para los hijos de Francisco Sobrino que sus trabajos estén repartidos por tantos rincones del mundo? ¿Cómo valoráis su presencia en el Jardín de Esculturas de CORPO?
– Es un gran orgullo ver que la obra de Sobrino está presente actualmente en la Tate Gallery de Londres; en el museo Peggy Guggenheim de Venecia, en el Centro Pompidou de París, en las calles de Madrid y en tantos otros lugares. Nos satisface enormemente que exista un museo dedicado a su obra en su ciudad de nacimiento, Guadalajara. Nos hace felices que el renovado interés por el arte óptico cinético sea una oportunidad para que las nuevas generaciones descubran el trabajo de Sobrino. Y nos parece sin duda importante que dos de sus piezas se exhiban en Toledo, en un espacio tan atractivo. Es un nuevo paso hacia su reconocimiento y le va a dar una mayor visibilidad. A él le importaba realmente que sus obras estuviesen integradas en espacios públicos, que pudiesen llegar a todos, más allá de los muros de los museos.