La dimensión más emocional de estas reflexiones y su plasmación en obras de arte puede aplicarse igualmente a los dramas provocados por acontecimientos repentinos e imprevisibles como desastres naturales, accidentes o atentados terroristas. La serie de Vanriet que presentamos aquí alude a un accidente aéreo y nos coloca directamente ante el duelo de los allegados de las víctimas, cuya serena desolación es palpable en los rostros de los personajes que retrata.
No han sido pocas las ocasiones en que los artistas se han inspirado en las temibles epidemias de peste que se han repetido a lo largo de la historia. La Peste Negra, que en los años centrales del siglo XIV acabó con más de la mitad de la población europea —y fue aún más destructiva que la que asoló el Imperio bizantino en tiempos de Justiniano—, impresionó profundamente a numerosos creadores y está en el origen de temas artísticos y literarios como el Triunfo de la Muerte y la Danza de la Muerte. Nicolas Poussin, el gran maestro del clasicismo francés, pensaba sin duda en la terrible epidemia de Milán de 1630 cuando pintó entre ese mismo año y el siguiente La peste de Azoth, que ilustra un pasaje bíblico con una composición de raigambre rafaelesca.
Goya nos ha dejado una imagen impresionante de las condiciones en que subsistían los enfermos en los hospitales de la época; su pequeño cuadro titulado Corral de apestados (1798-1800) se asemeja a sus escenas de prisiones, igualmente claustrofóbicas y que producen la misma sensación de abandono, hacinamiento indiscriminado y espera de la muerte. Poco posterior es una declamatoria obra de propaganda bonapartista, Los apestados de Jaffa, de Antoine-Jean Gros, el discípulo de David que tanto contribuyó a la formación del mito napoleónico. Relata un episodio supuestamente acontecido durante la campaña de Egipto, en 1799, y muestra a Bonaparte visitando el hospital en que se recluía a los soldados franceses contagiados; se ha quitado los guantes y toca impertérrito el bubón de un afectado con gesto que recuerda el “toque real” de los reyes de Francia —y luego de los de Inglaterra— con el que según la tradición curaban la escrófula. La pintura es de 1804, el mismo año en que el general Bonaparte se coronó emperador, lo que concuerda con su posible voluntad de atribuirse los poderes taumatúrgicos de los monarcas.
En nuestro tiempo vino el SIDA a recordarnos nuestra vulnerabilidad y la omnipresencia de las amenazas. Dio asimismo lugar a una actitud por parte de los artistas más comprometida de lo que se había visto desde los años sesenta; se celebraron exposiciones en varios países, recordadas en la organizada en el Whitney Museum of American Art en 2013, que rememoraba que Ronald Reagan, presidente de Estados Unidos cuando se declaró la pandemia, tardó seis años en pronunciar públicamente el nombre de la enfermedad, es decir, en reconocer su existencia y su gravedad. Muchos creadores tomaron conciencia del arte como generador de cambio social y expresión de la vida y pusieron su empeño en evitar la estigmatización de determinados grupos, como el colectivo gay. Destacan aquí acciones solidarias como el carrying de Pepe Espaliù, transportado por Madrid a la “sillita de la reina” por parejas de voluntarios en 1992, poco antes de su muerte. Pero el SIDA también puso al descubierto que las sociedades desarrolladas sólo reaccionan y ponen los medios necesarios cuando una situación extrema les afecta directamente. Ante las presentes y futuras amenazas, vale la pena no olvidar que el mundo, con o sin globalización, es de todos, y que todas las vidas tienen el mismo valor.
Jan Vanriet nace en Amberes (Bélgica). Estudia en la Real Academia de Bellas Artes de la ciudad y compagina la pintura con la poesía. En 1968 participa en las acciones de protesta de los escritores contra la censura literaria en Bélgica. En 1972 expone por primera vez en la galería Zwarte Panter y después inicia su colaboración con el galerista Jan Lens (Lens Fine Arts). Sus libros, editados por Manteau, sus colaboraciones literarias y el diseño de las portadas de la revista literaria Revolver se alternan con sus exposiciones: bienales de Sao Paulo, Venecia y Seúl; galería Isy Brachot en Bruselas y en París (1982), entre otras. En Amberes como Capital Cultural Europea (1993) organiza una importante muestra y pinta el techo del vestíbulo del restaurado teatro Bourla. The Lippisches Landesmuseum (Detmold) presenta Transport (1994-2004), pinturas inspiradas en parte en la II Guerra Mundial: sus padres y otros miembros de su familia colaboraron en la Resistencia contra los invasores nazis, pero fueron detenidos y deportados a Mauthausen y Ravensbrück.
En 2005 viajó a Israel para instalar su tríptico Natán el Sabio. En 2010, el Museo Real de Bellas Artes de Amberes le invitó a “cerrar” el museo antes de su remodelación y organizó la retrospectiva Closing Time en diálogo con artistas clásicos como Rubens, Van Eyck, Tiziano, Cranach, Memling, Fra Angelico, David, Mellery, Rouault, Modigliani, Corinth, Van de Woestyne, Ensor, Léonard, Servranckx, Peeters, Van de Berghe, Spillaert, Nicholson, Permeke, Alechinsky y otros. En 2012 la Roberto Polo Gallery de Bruselas inaugura Closed Doors, su primera exposición allí. En 2013 presenta Losing Face, una serie sobre deportados judíos desde Bélgica a Auschwitz, que se muestra en el Museo Kazerne Dossin de Malinas y después en el Museo Judío y Centro de la Tolerancia en Moscú. Hay obra suya en el Museo Nacional de Gdansk, el British Museum, el Museo de la Historia de los Judíos Polacos (Varsovia), la New Art Gallery Walsall y otros.
Así se refiere el artista a la serie que aquí prestamos: “La mayor parte de mi obra tiene que ver con el recuerdo y con el ‘duelo colectivo’, la abrumadora sensación de encontrar consuelo en el seno de la comunidad. Como escribió el autor inglés Andrew Graham-Dixon acerca de mis temas: ‘Respetad a aquellos que han sufrido. Recordad sus heridas. En ese acto de recordar, haced que sus heridas sangren de nuevo’. Aunque mi pintura se refiere a la solidaridad, el apoyo mutuo dentro de un grupo, muchas de las personas que represento son puros individuos; parecen vivir en un aislamiento mental. No creo que sea desesperación. Supongo que están buscando su identidad. Están preguntando quiénes son. Confusos, se dan cuenta de que la sociedad moderna ya apenas produce relatos fundamentales, e incluso aquellos grandes relatos se evaporaron repentinamente. Son conscientes de que su paraíso ha quedado gravemente herido. Se preguntan: ¿quién puede explicar esto? ¿Cómo ha sucedido? ¿Dónde se torció? Empecé a pintar algunos de mis óleos recientes (Abrazo, Ataúd) después de la inauguración del museo Colección Roberto Polo, visitando Toledo, admirando algunas de las obras maestras del Greco. Me impresionó la fuerza del arte de verdad: cómo el dolor y el consuelo pintados hace muchos siglos siguen inspirándonos hoy”, concluye.
Como Goya o Gros, Jan Vanriet no permanece impasible ante la desgracia y se suma a esa lista de artistas, alejados de las modas, con una mirada comprometida. A finales de los años 80 del pasado siglo, la confluencia de una serie de factores de origen político, social y económico, propiciaron, como apuntábamos al comienzo, un cambio notable en la sensibilidad de muchos artistas y en la manera de enfocar la creación plástica. Tras la euforia especulativa de las dos últimas décadas, el Covid-19 nos golpea en este tiempo de frío acero y nos recuerda, como las vanitas, la vacuidad de la vida y la relevancia de la muerte como fin de los placeres mundanos. Nuestras vidas han quedado congeladas, confinadas tras un balcón o una ventana, desde donde contemplamos, como si fuéramos un personaje de un lienzo de Edward Hopper, la desolación más absoluta.
Rafael Sierra
Director Artístico
Colección Roberto Polo. Centro de Arte Moderno y Contemporáneo de Castilla-La Mancha