Los visitantes que se acerquen al centro de arte hasta el próximo 31 de diciembre de 2024, se verán sorprendidos por las inquietantes figuras escultóricas que van apareciendo de forma inesperada en distintas salas. Roig expone en Toledo después de tres muestras simultáneas en Málaga –en el Centre Pompidou, el Museo Casa Natal Picasso y la Colección del Museo Ruso–, donde rindió homenaje al creador del Guernica con motivo del 50 aniversario de su muerte, creando un relato artístico a partir de sus identidades y sus máscaras, con gran protagonismo de la figura del Minotauro, y antes de recalar, el próximo mes de mayo, en The Phillips Collection (Washington D.C), con La cabeza de Goya, donde dialoga con la única figura del clásico en esta importante colección privada.
La obsesión por Goya, una fuente de inspiración permanente para él, se detecta en los 55 dibujos que le dedica, en los que explora el tema de la desaparición y de la permanencia, la influencia que determinados y geniales creadores siguen ejerciendo a través del tiempo en los amantes y hacedores de arte.
La fijación intensa y feroz en la obra de Goya define a Bernardí Roig, un creador que trabaja con las obsesiones, que las explora hasta las últimas consecuencias. “Somos siempre el animal que perseguimos. Por eso hay que poner las obsesiones a buen resguardo del depredador que es uno mismo. Para mí son un nutriente continuo. Trabajo solo y en silencio, como la mayoría de la gente que se pasa todo el día dentro de su cabeza. Una cabeza finita y poblada de ausencias, como la de todo el mundo, aunque yo la intento rellenar con fantasmagorías, y a veces con purpurina”, señala el artista.
Muchas de las obsesiones y búsquedas de Roig son compartidas con quienes recorren las salas del Convento de Santa Fe. La ceguera y la iluminación; la ausencia y la presencia; la ansiedad y la soledad contemporáneas; la memoria y el transcurrir del tiempo… De todo ello habla a través de sus hipnotizantes y perturbadores vídeos. Todo ello se refleja en las imponentes figuras blancas, realizadas en resina de poliéster y aluminio, calcos de personas reales, que se presentan en los lugares más insospechados del museo.
En el Centro de Arte Moderno y Contemporáneo de Castilla-La Mancha, se puede apreciar la amplitud y pluralidad del universo creativo del artista, abierto al dibujo, la escultura, la fotografía, el vídeo, la instalación…, así como su capacidad para transformar y transformarse con los espacios de acogida. Su obra dialoga con la de los artistas de vanguardia de la colección permanente, entabla complicidades con la arquitectura y la historia del lugar. “El espacio”, explica Roig, “es la materia prima de mi trabajo. El lugar determina la elección de lo que lo ocupará y a partir de ahí hay que ir abonando lentamente la sintaxis entre el mismo, su memoria y las imágenes que lo van a habitar. Esculturas, dibujos, textos, películas, inéditas, o que ya han sido mostradas, se engastan ahora, por primera vez, juntas en el Convento, y yo soy el primer espectador de las nuevas rozaduras; en ese proceso es donde voy aprendiendo y creciendo”.
Cuatro autorretratos del creador, que se van sucediendo; 365 instantes que discurren de forma ralentizada, componen el Naufragio del rostro, el espectacular montaje que saluda a los visitantes al comienzo del recorrido. Las imágenes fotográficas fueron tomadas entre el 24 de junio de 2013 y el 24 del mismo mes de 2024, a lo largo de un año en el que el artista se situó ante la cámara, una vez al día, siguiendo un mismo ritual; a primera hora de la mañana, con idéntica expresión de seriedad, pero con evidentes variaciones en el aspecto que dan cuenta de la evolución, de las transformaciones que ocasiona el paso del tiempo.
El vídeo indica ya el camino que marca el trayecto de La cabeza incolora, la exploración de la identidad, de la memoria, de los recuerdos, de las máscaras que el ser humano va adoptando en su discurrir. En un presente lleno de falsedades, donde tan difícil resulta alcanzar algún tipo de verdad, abocados al vértigo tecnológico, la obra de Bernardí Roig anima a reconocerse entre las incertidumbres, a perderse de mejor manera. “Una imagen es un espejo en el que vemos un rostro que arde, el nuestro. Es ese instante condensado que desmorona todas nuestras seguridades y donde nuestra mirada craquelada y fragmentada nos es devuelta para llevarnos a lugares que no habíamos imaginado nunca. Construye soledad, la centrífuga y luego la escupe en mil pedazos. Nosotros somos esos trozos”, explica.
Poco a poco, tras el asombro inicial, en los distintos trechos del camino, se van mostrando las temáticas, las obsesiones, que han ido conformando el discurso del artista a lo largo del tiempo. La sorpresa aguarda al espectador en distintas salas del museo. Figuras y fragmentos de figuras salen a su paso sin previo aviso, haciéndole partícipe de una especie de juego en el que ha de ir encontrándose con las presencias. En la hermosa Capilla de Belén descubre una pieza clave, Autorretrato como espejo, que tanto dice de las búsquedas de Roig, y en la de Santa Fe no le queda más que dejarse cautivar por DSB, escultura realizada en 2018, a tamaño natural, de un hombre totalmente blanco, que, en el centro geométrico del ábside, se apoya en una estructura de contemplación desde la que mira y es mirado, con una luz que le atraviesa la boca y cancela toda posibilidad de habla, de comunicación.
“El silencio es la mejor opción y solo hay que quebrarlo si uno tiene algo que decir que sea más grande que ese silencio, lo cual no suele ocurrir a menudo. Es prácticamente imposible mejorar lo dicho por los artistas que amas. El problema, citando a Godard, no es comunicar algo, sino comunicar con alguien. Joyce decía que pase lo que pase lo correcto es largarse. Esa es la huida”, reflexiona el artista.
En la intimidad, en la atmósfera de elevación que transmite la Capilla de Santa Fe, el hombre silencioso de Roig se acompaña de una cabeza colgada con un fluorescente en la boca, Autorretrato del mutismo, una variación del mismo tema, y por un dibujo, el único de la muestra, Last portrait of Monsieur Bertin (2010), una reinterpretación de una destacada pieza del pintor francés Jean-Auguste-Dominique Ingres, en la que Bernardí Roig sepulta, hace desaparecer el rostro de la figura representada bajo un amasijo de líneas inflexibles y violentas.
Otras de las singulares esculturas blancas del artista mallorquín aguardan a quien recorre las salas del museo. “El espectador ideal es el indolente “Flaneur” que pasea, lánguido con las manos en el bolsillo, dejándose atravesar por lo que desconoce sin darse cuenta de ello. Alguien que no trae de casa lo que sabe que va a ver y está disponible para ver lo que ni imagina. El Convento de Santa Fe es imponente y la trama que se va trenzando al caminar, entre muros e imágenes, no aconseja la parada. Creo que hay que dejarse engullir, sin asideros, a paso lento, al raso de la experiencia, porque al salir será otro”, señala Roig.
En ese avanzar hacia lo imprevisto, acude al encuentro, ya en la sala 13, un hombre que camina por el techo, suspendido boca abajo, fantasmático, ingrávido e inquieto. Entre piezas como Construcción (1923) del artista húngaro Lászlo Moholy-Nagy, una lámpara futurista de autor anónimo italiano, y distintos cuadros del pintor estadounidense Thomas Downing, entre otras obras, esta escultura, que responde al título de Autorretrato caminando por el techo, de 2020, descoloca por completo al que mira y disloca su percepción del lugar. La complicidad con las obras de vanguardia que se exhiben en el Convento de Santa Fe es clarísima en la vecina sala 12, dedicada a los Retratos Imaginarios del creador franco-belga Pierre-Louis Flouquet. La afinidad entre ambos creadores llama especialmente la atención. Bernardí Roig presta a los rostros fantasmagóricos de aire alucinatorio de Flouquet la compañía de la atormentada figura de Autorretrato del rechazo.
Del mismo modo, en la sala 4, Cap de’ Alumini (BR), de 2020, una cabeza de aluminio con una larga nariz pulida, que gira lentamente sobre un torno de alfarero y va dejando su sombra, se relaciona estrechamente con el Carpintero, del creador ruso Ivan Kliun, un assemblage realizado en 1915 con objetos encontrados.
Aún atraídos por el vínculo entre ambas obras los visitantes han de detenerse, bien al comienzo o al final del trayecto, ante dos vídeos que no les dejarán indiferentes. Especialmente perturbador resulta Otras manchas en el silencio (2011), biopsia de L’année dernière à Marienbad, de 1961, una película dirigida por Alain Resnais sobre una idea de Alain Robbe-Grillet. Bernardí Roig se apropia de las primeras escenas del filme, que aborda la falta de comunicación y el juego de reconstrucción, de negación de la memoria. A partir de ahí él mismo se inserta en la trama, bajo la figura de un hombre que, sin mover un solo músculo de la cara, se cose la boca, no metafórica, sino físicamente, exhibiendo su auto-suplicio delante de un público que asiente con sus aplausos, sin apenas inmutarse.
Además de denunciar la alienación, como hace Resnais en su película, Roig añade la idea de que ésta se manifiesta a través de una especie de anestesia de las pasiones. El artista vuelve a sus obsesiones, a sus provocaciones, para despertar la mirada, el pensamiento, con este vídeo que se acompaña de otro de carácter hipnótico, Ejercicios de invisibilidad, grabado en las salas del Museo Lázaro Galdiano de Madrid, con motivo de la exposición El coleccionista de obsesiones, que realizó en el centro en 2012. En esta ocasión, una figura, de nuevo el propio artista, vestido de esmoquin, recorre las salas oscuras con una potente luz sobre la cabeza y los ojos tapiados, a modo de guía que va mostrando lo que no puede ver.
La ceguera, en contraposición a la luz, es otra de las constantes en la obra del creador. Los ojos cerrados, tapiados, dirigen la mirada hacia el interior. “Mirar hacia adentro solo quiere decir una cosa: pensar. Y pensar es la única condición del saber, emancipación, resistencia a la servidumbre. Solo podemos ver algo si cerramos los ojos, porque nuestra oscuridad craneal es el único lugar de las representaciones”, expone.
La imagen que transmite Ejercicios de invisibilidad del museo como depósito de obsesiones, como un conjunto de tentadores deseos expuestos, de inquietudes apresadas, puede ser una de las muchas lecturas de La cabeza incolora, una muestra que accede al territorio de los sueños, incluso de las pesadillas, que se sumerge en las profundidades, en los pliegues de lo reprimido. Los ecos del surrealismo, del psicoanálisis, se perciben en este conjunto de trabajos, muchos de ellos autorretratos incoloros, “imágenes intempestivas depositadas en el sótano de los recuerdos”, dice el artista, “que comparecen en sucesivos oleajes que trae la espuma del inconsciente”. Imágenes “que vienen de la noche, de algún lugar oscuro y húmedo; coágulos de experiencia incomunicada que se forman en los fondos de la memoria, como un osario de signos”.
A la búsqueda de fricciones, de experiencias, Bernardí Roig ha ido llevando sus pulsiones y sus extrañas, sugerentes imágenes, a museos e instituciones de dentro y fuera de España. En nuestro país, además de los ya citados Museo Lázaro Galdiano (Madrid), Centre Pompidou, Museo Casa Natal Picasso y Colección del Museo Ruso en Málaga, ha expuesto en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid, en el Claustro de la Catedral de Burgos, en el IVAM de Valencia, en los espacios Tabacalera y Sala de Exposiciones Alcalá 31 (Madrid)… En el exterior sus trabajos se han mostrado, además de en la Phillips Collection, en la Catedral de Canterbury, el Kunstmuseum de Bonn, Ca Pesaro. Galleria Internazionale d’Arte Moderna (Venecia) y el Museo Carlo Bilotti, en Villa Borghese (Roma), entre otros escenarios.
El creador mallorquín vive y trabaja entre Madrid y Binissalem (Mallorca). En ambos entornos, en la soledad del estudio, va modulando de formas diferentes esas representaciones que tanto le caracterizan. “Trabajo todos los días, moviendo la cabeza de un lado a otro, olfateando la estratificación de imágenes que se van acumulando en los cuadernos, en las paredes o depositando en los cajones. Esas imágenes no tienen tiempo. Son almacenes de presente acumulado. Hace mucho que perdí la cronología. Ya no hay hallazgos ni revelaciones, todo se amontona y quizás, si hay fortuna, se cristaliza en algo que puede ser mostrado”, declara.
La cabeza incolora, que puede concluir, si el espectador así lo desea, en el exterior del Centro de Arte Moderno y Contemporáneo de Castilla-La Mancha, ante la explosión que supone la instalación La luz que agoniza, es una invitación a participar de ese presente que se alarga, en el que Roig sigue mirando hacia lo más subterráneo, atrapando sus obsesiones, atrapándose a sí mismo en un juego de espejos sin fin.